¿Para quién escribimos?
- Valentina Danaus
- 28 nov 2022
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Por Valentina Salazar Tena, 6 de noviembre del 2020
La transición del periodismo al mundo del internet es un proceso que ha tenido consecuencias innegables en la forma en la que creamos y consumimos información, y si bien sería una injusticia pasar por encima los beneficios que acarrean los nuevos formatos informativos, críticas que apuntan a la idea de que vivimos en una sociedad aún más desinformada que antes están a la orden del día. Por lo tanto cabe preguntarse: ¿Es esta crítica una mirada miope a un proceso que no ha culminado o estamos realmente ahogándonos en información defectuosa?
Por un lado la portabilidad ofrecida por los formatos digitales nos permite acceder a la información en cualquier momento y lugar, esto en teoría debería traducirse en un mundo más interconectado y educado que nunca. Sin embargo es precisamente esta simpleza del sistema la que conlleva una de las mayores dificultades de ser periodista en estos tiempos. Y es que mientras que el consumo de información se ha hecho cada vez más fácil y rápido, la creación del mismo no ha hecho más que complicarse.
Podemos observar evidencias de esto en la lucha de los medios de comunicación por reinventarse constantemente, intentando captar la atención de un usuario que sin falta de alternativas por las que decantarse, se ha malacostumbrado a un servicio que en lugar de desafiar sus pensamientos le complace como a niño testarudo al que se le da la razón.
El efecto dominó de esta displicencia a lo que nos incomoda va mucho más allá de esclavizar a los medios a la persecución del visto bueno del lector, sino que llega a comprometer incluso los principios más básicos de lo que es un periodismo ético. Lo vimos en el caso de la muerte de Kobe Bryant, donde los medios filtraron la confirmación del deceso del deportista antes de que las autoridades pudieran alertar a su familia, y lo vemos constantemente en ejemplos que demuestran la falta de escrúpulos y límites que se establecen en la carrera contrarreloj por ser el primero en publicar.
El motivo de esto no puede acuñarse del todo a una degeneración en el interés público de estar informado, después de todo la ignorancia voluntaria no es exactamente un fenómeno autóctono del siglo XXI. Pero cierto es, que la necesidad de los medios por crear contenido y la creciente competencia no solo genera expectativas de una labor automatizada en un oficio de esencia humana, sino que corrompe la esencia de la labor periodística, que es la defensa de la verdad.
Bien se dice que el propósito del arte es perturbar al cómodo y consolar al perturbado, y cuánto más allá del arte aplica esto a la función del buen periodismo. Pero el concepto de las verdades incomodas no es algo que siente bien en la sociedad de consumo.
Ya lo profetizaría Huxley en su sociedad distópica de Un mundo feliz, y lo vemos en lo similares que pueden ser los efectos de una información maquillada a la droga de la felicidad de la pesadilla huxleana. No, nuestra caída en desgracia no se ha forjado en tiempos difíciles, si de algo somos víctimas es de nuestra propia complacencia.

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